Expectativas
NO SE TRATA DE LA LLEGADA DE UNA NUEVA ERA SINO DEL FINAL DE OTRA QUE YA NO ES CAPAZ DE GENERAR AMBICIÓN
Lo que verdaderamente define las postrimerías del prolongado mandato de Manuel Fraga al frente de la Xunta de Galicia no son las posibilidades de cambio. Son las expectativas. Nada hace pensar que las cosas en Galicia, las que son de verdad importantes, vayan a mudar sustancialmente. Pase lo que pase. Pero sí existe en el ambiente una sensación a medio camino entre el interés y la curiosidad de que ha llegado el momento de ver qué pasa. De averiguar si otra forma de gobernar es posible, tanto dentro del PP como en la hipótesis de una alianza de nacionalistas y socialistas. De conocer si hay algo más allá de la figura polémica y omnipresente del fundador del Partido Popular. Intentar hallar el fundamento teórico de esa expectativa es seguramente inútil. En su origen se adivinan la naturalidad de la transformación, el contagio de otras revoluciones y las facturas del pasado. No tiene que ver, huelga decirlo, con el advenimiento de una nueva era sino más bien con la agonía de otra que ya no es capaz de generar las ambiciones del pasado. No es un problema de intenciones de voto, de programas electorales o de estrategias de campaña. Es cansancio. Sólo eso. Un intenso, puede que tibio y desde luego embotador hastío que se puede palpar nada más pisar la calle. Por mucho que suene la música y los flautistas preparen su mejor concierto, la función transita sin duda hacia los últimos compases.